sábado, 7 de febrero de 2009

Sex & the People


Si voy a hablar de sexo, antes prefiero aclararte que no estoy caliente todo el día (tengo etapas, eso es cierto). Mucha gente no me conoce y quiero evitar malos entendidos y cartas invitándome a una orgía (temo aceptar y romper una promesa que le hice a mi terapeuta). Hablo de sexo porque me gusta. Practicarlo y hablar. También hablar mientras lo practico. Escuchar historias sexuales es otra de mis preferencias. Y, aunque sé guardar secretos, prefiero compartirlos. Disfruto mucho de los relatos minuciosos de un encuentro, me apasionan las conclusiones. Por ejemplo, el sexo oral ¿por qué no siempre es recíproco? ¿Nunca te pasó? Tengo un amigo, “Richie”, no se llama así pero hay que respetar ciertos códigos. Richie una vez subió a la terraza con su ahora ex, “Lucas”, y llevaron un puf. Hacía un mes que salían, se estaban conociendo. Miraban las estrellas, charlaban, tomaban un rico Syrah… De repente, Richie tomó la iniciativa, desnudó a Lucas y en vez de besarlo en la boca, llenó de saliva su entrepierna. ¿Y qué pasó? Lucas acabó con lo suyo sin dedicarle a Richie respuesta alguna. Mi amigo esperó un poco y fue de vuelta. Dos, con estruendoso final, y siguió Lucas festejando con un pucho en lugar de accionar su propia lengua. El futuro de ambos, debo decirte, era negro. Y aunque en próximos encuentros finalmente Lucas se dignó a atender “las partes” de Richie, éste abrió sus piernas con cierto preconcepto. Descartando que tenga timidez, porque ninguna vergüenza le dio estar desnudo en la terraza, y menos gritar “¡Sos increíble!” mientras le tiraba de los pelos. Puede que se tratase de un hombre vago, acostumbrado al servicio adolescente de una mamada en el baño, un hombre para el que es trabajo saborear a otro. O, y qué miedo da decir esto, un tipo quisquilloso. Un quisquilloso puede ceder y hacer, pero jamás conseguirá el placer que genera una lengua que goza, recorre, besa, absorbe. Jodido. No es mi labor juzgar a nadie, cada cual elige lo que prefiere tragar. Sólo opino que hay gustos y olores que provocarían arcadas si estamos comiendo un plato de ravioles pero mezclados con saliva, transpiración y desnudez, son casi imperceptibles. Pero bue, en algún punto, todos somos quisquillosos… Y la apariencia ¿no es nada? En las camas de una plaza en que mi amiga “Mecha” inició sus encuentros carnales, sólo estaban permitidas las muecas que ponían las actrices en las escenas de sexo. Montada sobre “Coquito”, compañero del secundario, se acomodaba el pelo y abría la boquita como pez del Acuario Piscis a punto de comer esas cosas que le tiran. Quería ser erótica, sensual, irresistible. Tanto esfuerzo saboteó cualquier pretensión de sentir. Desilusionadas y tristes partieron Mecha y sus tetas que todavía no necesitaban corpiño, y sus piernas que recién conocían la depilación, y su sexo que no esperaba recibir algo así. Y claro, descubrió tarde el orgasmo. Pero te juro, supo aprovechar el tiempo perdido. Después llegó a su vida “Manu”, su primer gran amante. El que le preguntó en un momento qué era esa cara de Isabel Sarli recién violada que estaba poniendo, y la dejó por fin, soltar ese problema. Al día siguiente, Manu se acomodó en la cama boca arriba, le pidió que le sacara los pantalones, se vendó los ojos y dijo: “Espero que esto sirva”. Entonces Mecha pudo fruncir la cara, descomponerse en gestos, dejar caer algo de baba y tener, por fin, un orgasmo. “¡Fue increíble!” - me dijo con los ojos brillando de emoción, mientras tomábamos un café un mediodía de sábado, después de hacerles sacar la lengua a nuestras tarjetas de crédito – “¡Viva el gallito ciego y viva Manu que me está enseñando tanto!”. Mecha era un desborde de alegría, y yo me alegré con ella. Pienso en eso, en las personas creativas y en las otras. Por un lado, las que no se asustan si algo nos cuesta, si viajamos a otro lado en pleno mimo, si queremos cucharita una semana entera; porque escuchan, piensan, esperan, innovan. Por el otro, las que prefieren creer que uno tiene un trauma, que somos “medio raros” o incomprensibles… Por último, te dejo una reflexión de otra amiga, Vero: “Si te cogen mal una vez es su culpa. Si te cogen mal dos veces, la culpa es tuya”.

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